Emplazamiento.

 

   La ermita de Nuestra Señora de la Encarnación está situada sobre el emplazamiento del yacimiento arqueológico de Celti (B.I.C.), en la calle San Pedro, prolongación de la calle Juan Carlos I hacia la Calle Calvario, La viña y enlazando con el camino antiguo de Córdoba a Sevilla.

 

   Está separada de la Calle San Pedro por un atrio donde se sitúan dos azofaifos, emblema de este barrio y al sur, otro espacio separado del yacimiento arqueológico de “La Viña”.

 

   El conjunto de la parcela donde se ubica tiene una superficie de 1200 metros cuadrados.

 

   La ermita tiene una orientación NE-SO, oblicua respecto al trazado de la calle actual. LA ermita es de una sola nave a cuyos pies hay un pequeño callejón de acceso a la zona sur donde existe un patio interior, antiguo cementerio y hospital.

 

   Anexo al edifico religioso existe una construcción moderna donde se ubica en la planta baja la sacristía y sala de exposiciones y en la planta alta una sala de reuniones y usos múltiples.

 

Relación con el Yacimiento Arqueológico

 

   Al menos, en época tardía, Celti tuvo una cuadrícula de calles orientadas de en dirección NORTE-OESTE/ SUR-ESTE; según se atestigua en as excavaciones en el huerto de José Higueras (Al Este de la Viña), en las del límite de Pared Blanca, en las estructuras visibles de El Calvario y en las efectuadas en la meseta de LA Viña en 1988 que dejaron al descubierto una casa romana de unos 60 m. x 70 m. y además con calles secundarias con orientación distintas.

 

   La principal relación del edificio con los restos arqueológicos es su orientación, que sigue la dirección de la cuadrícula de la ciudad romana, encontrándose situada en el “Cardo Máximo” de la ciudad de Celti, por lo que puede responder a un templo romano o basílica, pues nuestra ermita se sitúa en un cuadrante que fue complejo monumental según los restos arqueológicos aparecidos en la zona, aún sin determinar exactamente.

 

Relación de restos arqueológicos aparecidos en la zona de La Encarnación

 

Bonsor, en su libro The Arqueological Expedition, relata como estaban al descubierto a finales del siglo XIX, importantes estructuras urbanas romanas, así como grandes columnas, capiteles corintios y basas de mármol rosado de grandes dimensiones, correspondientes a un gran edificio, y que por sus características podría corresponder a un templo romano del siglo II d. C.

 

-  En la primera mitad del siglo XX, al cementar el patio de la ermita, se encontraron grandes fuentes de columnas de mármol rosado iguales a las encontradas por Bonsor.

 

-  En la parte trasera del edificio contiguo a la ermita, apareció un cancel visigodo en piedra caliza de buena factura y una lápida tallada en mármol, también visigoda. El cancel estuvo expuesto en el museo de la ermita de Villadiego de Peñaflor, donde desapareció tras un robo. La lápida, por otra parte, no se tuvo nuevas noticias suyas y probablemente se volvió a enterrar.

 

ESTUDIO ARQUEOLÓGICO Y ARQUITECTÓNICO DEL EDIFICIO

 

   La Ermita de la Encarnación es fundamental para entender la evolución histórica de Peñaflor. Como señal significativa se presenta con una extraña orientación, que manteniendo la ritual Este-oeste de todas las iglesias, se separa de las alineaciones marcadas por la trama urbana actual. Tendríamos que remontarnos a época romana para buscar algo que justifique su situación y orientación, bien a la Celti Bajo-imperial (Siglo IV y V d. C.), bien un siglo después en el momento de su despoblamiento. Esto es fundamental por dos cuestiones.

 

   La primera de ellas es la aparición de estructuras urbanas, en las excavaciones arqueológicas levadas a acabo en la última década en la Viña, que muestran unas alineaciones de calles que coinciden en gran medida con lo que rige la implantación de la Ermita que nos ocupa.

 

   Donde se parecía cómo no solo la dirección de la cuadrícula es sensiblemente coincidente con la orientación de la edificación, sino que esta calle principal, que parte del que parece ser el Foro, pasa muy próxima de ella; y una línea imaginaria que las una, pasa entre la iglesia de San Pedro y el Castillo, hasta calle morería. Estamos quizá ante un primer trazado posible del itinerario entre Sevilla y Córdoba a su paso por Peñaflor, que tras sucesivas rondas termina en la actual travesía de la carretera. En todo caso, se podría producir una inflexión de dicho trazado a la altura de la Ermita, de forma que el camino de Sevilla a Córdoba retomara lo que hoy es la Calle de San Pedro, que continúa tras pasar el arroyo, a través de la calle Juan Carlos I, su recorrido territorial. De todas maneras estos datos están aún por confirmar. Pero las semejanzas de las alineaciones son muy significativas a simple vista.

 

   La segunda razón por la que se hace esta afirmación, es de tipo monumental.

 

   Cuando se está construyendo el antiguo templo parroquial (1779-1798), se trasladaron las labores parroquiales a la Encarnación y con ellas los enterramientos. En una carta dirigida al arzobispado del 7 de julio de 1782, se hace referencia de que es un peligro para la salud pública efectuar los referidos enterramientos en la ermita, que no hay espacio suficiente, y que los enterramientos usados como cementerio “está cercado por piedras y vestigios de edificios antiguos”. Esta revelación es esclarecedora porque, al parecer, en 1782 todavía se mantenían restos antiguos de edificaciones quizás romanas.

 

   La ermita viene a responder a ciertas preexistencias y se nos presenta como el fruto de la evolución de un edificio de azarosa existencia.

 

   Esta edificación, tal como describen las guías artísticas, está construidas a base de muros de carga con contrafuertes exteriores, con una sola nave de planta rectangular muy alargada y cabecera plana, cubierta por una estructura de madera de par y nudillo de la época moderna y presbítero con una cúpula semiesférica, decorada con yeserías, sobre pechinas. En el cuerpo de la nave se sitúa, compartimentándola, un orden de pilastras acanaladas rematadas por friso y cornisa, que no llega a cubrir toda la altura, rodeando todo el espacio excepto el tesoro de los pies. Está dotada de dos portadas de ladrillo: una lateral, enmarcada por pilastras unidas por friso, cornisa superior y vano de arco de medio punto; la otra situada a los pies, en la actualidad está cegada, se trata de una portada de abultado friso y cornisa superior.

 

   Es conocido cómo los edificios de carácter religioso o simbólico para un pueblo vienen sucediéndose unos tras otros, ocupando las mismas ubicaciones, o en todo caso, los que perduran en el devenir de la historia sufren un proceso de adaptación que en algún momento ha venido a compararse con la metamorfosis de los insectos. Se entiende que la Ermita de la Encarnación ha sufrido también dicha transformación.

 

   Partimos pues, de la idea ya expresada de su respuesta a preexistencias muy anteriores, al final de la época romana y del despoblamiento que se produce posteriormente durante los siglos V y VI, pudiéndose implantar en este espacio un primer núcleo paleocristiano que seguramente sería abandonado, o no, con el dominio del Islam, hacia el año 710, donde el núcleo poblacional habría pasado ya el arroyo de las Moreras y se instalaría próximo al castillo, en el barrio de la Morería, con la posibilidad que la mezquita estuviese situada donde hoy se sitúa la Parroquia de San Pedro Apóstol, hasta que se construye el primitivo templo del siglo XIV.

 

   Es sin duda el siglo XVIII el que va a marcar la evolución de esta ermita. Desde 1773, el pueblo intenta conseguir que se permita sustituir por una nueva la iglesia ya existente, que se encontraba en ruina. No es hasta 1778, cuando se decide hacer la nueva iglesia, comenzando el derribo en 1779, pasando las labores parroquiales a la Ermita de la Encarnación, donde se mantienen durante 10 años.

 

   En 1778, precisamente la fecha que figura en el friso de la portada lateral de la ermita, cuando se somete a reparación y adaptación tanto al uso de la parroquia provisional, como al gusto de la época, el barroco. Así se le dota de una cúpula sobre pechinas en el presbiterio, decorada con estípites, y de retablo barroco. La alargada nave se fragmenta con un ritmo de pilastras acanaladas y una bóveda de medio cañón con lunetos, con lo que la imagen sería muy distinta a lo que hoy se nos presenta. Se estuca y se dibuja la fachada con una imitación de sillería menuda. Todo ello bajo la dirección facultativa del ámbito estilístico de Écija, quizás por los mismos alarifes que después acometerían las obras de la nueva iglesia, y en especial, de su magnífica cúpula sobre tambor profusamente decorada.

 

   Convendría hacer un recorrido por lo que la propia ermita nos pudiera decir.

 

   Antes de la intervención de 1999, vemos como se mantiene la datación de la puerta lateral y bajo las capas de cal se aprecia el esgrafiado, que no envuelve los contrafuertes, por lo que se evidencia, junto con la falta de trabajo con la fábrica, que son posteriores. Asimismo, este tratamiento no aparece en la fachada sur de la nave, aunque da la vuelta a la cabecera y está también en el muro que sujeta la pequeña espadaña. En el interior se mantiene la cúpula sobre pechinas del presbiterio y el retablo barroco; la nave solo presenta el orden de pilastras toscanas acanaladas y sobre ellas, a una cierta altura, una estructura de madera de par y nudillo muy simple, aunque fijándonos un poco más, vemos en los muros, sobre las cornisas, unas señales de arcos entre pilastra y pilastra; ello quiere decir que la bóveda de medio cañón y las lunetas llegaron a construirse, hecho que se justifica a la vez porque una de las razones para trasladar la parroquia al Convento de San Luis del Monte, tras 10 años de culto aquí, “la aparición de aperturas de bóvedas y arcos de fábrica, lo que infundó reales de ruina”.

 

   Así, nos encontramos con que solo 11 años después de ser renovado alrededor de 1778, entra en estado de ruina.

 

   La actuación debió llevarse a cabo sin sustituir la estructura de cubierta antigua, sin que esta estuviese en buenas condiciones; finalmente iba a ser ocultada al colocar la bóveda, que aumenta los empujes laterales. Una nave tan larga sin atados intermedios, produciría un cierto vuelco en los muros, lo que provocaría una apertura en la bóveda y la ruina de la cubierta.

 

   Los contrafuertes deben ser de este momento, en un intento de parar los movimientos de los muros, y colaborar en su capacidad portante, si bien el abandono posterior llegó a provocar un estado de verdadera ruina generalizada, lo que justifica el término de “reedificación” utilizado en la intervención de 1857.

 

   Las operaciones posteriores irán encaminadas a recobrar no solo el edificio, sino la devoción y las costumbres que tienen como lugar de reunión en romería al compás de la ermita, bajo los míticos azofaifos. Tanto en 1857, cuando se tabicaría la entrada de los pies del edificio, como en 1956, cuando se reparan y reconstruyen las cubiertas, se consolidan los muros así como su enfoscado y encalado, sin que se le añada ningún elemento significativo, quedan recogidas ambas actuaciones en sendas placas en el interior de la nave.

 

   Nos encontramos pues ante una edificación que ha superado en varias ocasiones un estado parecido incluso peor, al que presentaba tras las últimas obras en 1999.

 

   Podemos decir que la ermita de la Encarnación es un elemento urbano que, por su ubicación y edificación, es un auténtico testigo de excepción que ha visto como la antigua Celti es abandonada y, cruzando el arroyo de Las Moreras, se convierte en Peñaflor, que en su época más floreciente la cuida, repara y adorna, la hace su parroquia, para después abandonarla y tras un par de actuaciones nos llega hasta nuestros días siendo parte importante de nuestra historia.

 

SIGLO XVI

 

   En este siglo se debió formar la Hermandad de Ntra. Sra. de la Encarnación, aunque no hay documentación al respecto. Los franciscanos promueven la creación de una serie de hermandades e Peñaflor con advocaciones mariana, como la de la Virgen del Rosario y la de Santa Ana (Fundada en 1625).

 

   El culto que s ele rendía a la imagen de Ntra. Sra. de la Encarnación por la hermandad, consistía en la celebración de la festividad el 8 de septiembre y la obligación de varias misas al año.

 

   En las últimas décadas de este siglo la Hermandad debió contar con importantes recursos, pues es en estas fechas cuando se realiza la talla del grupo escultórico de Ntra. Sra. de la Encarnación, encargada según parece a la escultora Luisa Roldán “La Roldana”, hija del prestigioso escultor sevillano Pedro Roldán.

 

   La belleza, equilibrio y serenidad que transmite el grupo escultórico barroco debieron impresionar a los peñaflorenses de esta época que volcarán su fervor popular hacia la imagen, uniendo el misticismo a la belleza.

 

SIGLO XVIII

 

   En este siglo están documentadas las festividades que se hacían a Ntra. Sra. de la Encarnación el 8 de septiembre, en el libro de Capellanías y Fiestas del año de la Parroquia (Archivo parroquial, carpeta P-1, doc 319). Todos los años, el 8 de septiembre se realiza una función en la Ermita de la Encarnación. No era habitual procesionar a esta imagen, en los casos en que se hizo durante el siglo XVIII tuvieron carácter excepcional por rogativas a la Imagen, como los años 1775 y 1790 por rogativas de lluvias por la sequía que padecía el pueblo, o el 17 de junio de 1764 en que fue procesionada para que cesase una epidemia de una enfermedad infecciosa que atacaba a Peñaflor.

 

   Estas rogativas nos dan una idea de hasta qué punto había calado e la religiosidad popular Ntra. Sra. de la Encarnación, ya que las únicas imágenes a las que se ha hecho rogativas en Peñaflor han sido la de Jesús Nazareno y La Encarnación, dándose el caso de que en el siglo XVIII Jesús Nazareno fue sacado en rogativa una sola vez, y la Virgen de la Encarnación hay constancia de que fueron tres veces distintas.

 

   Una tradición popular que se mantiene desde este siglo hasta nuestros días es la de tocar la campana de la ermita de la Encarnación cada vez que nace un niño en el pueblo; la familia del recién nacido paga un donativo para que el santero o santera de la ermita, haga sonar la campana anunciando la buena nueva.

 

   En 1732 comienzan los trámites para trasladar del convento franciscano de la Huerta de San Luis a su actual emplazamiento en el pueblo. Para la edificación del nuevo edificio se ha de derribar la ermita de Jesús Nazareno y el Hospital de la Caridad que regentaba su hermandad. Cuando comienzan las obras, el hospital de la caridad se traslada a la Ermita de la Encarnación, situándose en el patio delantero de la Ermita.

 

   En 1755 se produce el devastador terremoto de Lisboa, que deja a la Ermita e estado ruinoso. Tras unas primeras obras de restauración, en 1766 se lleva a cabo otra restauración de gran envergadura que transformará el edificio en lo que hoy es, haciéndose seguramente obras en el edificio del hospital y realizando el arco de la entrada a la calle San Pedro.

 

   Posteriormente, en el año 1788 se llevaron a cabo reformas de la Ermita, ya que debido a las obras de construcción de la nueva Parroquia, la encarnación recoge sus cultos desde 1779 a 1789, en que se trasladan al Convento de San Luis del Monte. Las reformas consistieron en la ampliación de la puerta lateral de la Ermita y la construcción de la espadaña.

 

   De este traslado de los cultos parroquiales a La Encarnación hay constancia escrita en el archivo del Palacio Arzobispal de Sevilla.

 

Taller de Empleo Ermita Nuestra Señora de la Encarnación.

 

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