Arquitectura Mudéjar en Peñaflor: La Ermita de Villadiego

 

   Podría afirmarse que el arte es, ante todo, la expresión artística de una sociedad. En este sentido, para Gonzalo Borrás, “el mudéjar no es otra cosa que la expresión artística de la sociedad medieval española, en la que conviven cristianos, moros y judíos”.

 

   En una explicación muy sintética, el término mudéjar deriva de la voz árabe mudâyya (sometido, aquel a quien se le permite quedarse) y se aplica a los musulmanes que permanecen en el territorio conquistado progresivamente a Al-Ándalus por los reinos cristianos, en nuestro caso por el reino de Castilla. En otras palabras, el término mudéjar se aplica a los hispanosmusulmanes  que, tras la conquista cristiana, permanecieron en tierras de cristianos, conservando religión (Islam), legua (árabe), costumbres y organización jurídica propias. Y esta comunidad islámica desarrolla en territorio cristiano una significativa manifestación artística: la arquitectura mudéjar.

 

   A lo largo de su historia, el valle del Guadalquivir ha sido encrucijada de pueblos y crisol donde han convivido culturas distintas. En su pasado, han concurrido una serie de factores que, en determinado momento de la Edad Media, originaron que en su solar se forjara un modelo de convivencia: la arquitectura mudéjar. El arte mudéjar constituye, precisamente, un testimonio de esa simbiosis o mezcla de culturas –musulmana y cristiana- que ha generado, por un lado, un estilo artístico genuina y exclusivamente español dentro de la Historia del Arte y, por otro, algunos de los más bellos ejemplos de nuestro Patrimonio histórico-artístico.

 

   Peñaflor ha contado con tres notables muestras de la arquitectura mudéjar. La primera de ellas, la primitiva iglesia de san Pedro Apóstol, fue levantada en el siglo XV, pero ya no existe: quedó arruinada en el siglo XVIII y fue demolida para erigir la actual. La segunda, el antiguo convento de san Luis del Monte, no ha corrido mejor suerte: fundado durante la última década del siglo XV en el Turuñuelo, los avatares de la historia han determinado que apenas queden unos muros en pie. El otro ejemplo de mudejarismo los constituyen el torreón y la ermita de Villadiego, el motivo de nuestro artículo.

 

    No obstante, antes de abordar el estudio de la ermita es preceptivo, a fin de facilitar su comprensión, realizar una somera referencia sobre el contexto y las circunstancias históricas que concurren en el momento en que se erige el monumento. En el siglo XIII, tras la conquista de Córdoba (1236), las huestes de Fernando III van a arrebatar paulatinamente a los almohades todas las tierras del valle del Guadalquivir, hasta culminar con la toma de su capital, Sevilla (1248), que supuso el fin del imperio almohade en Al-Ándalus. Sin embargo, en los años previos a la conquista de Sevilla, antela falta de un poder efectivo musulmán, muchas ciudades de valle se entregaron a Castilla por pacto o pleitesía, sin necesidad de asedios o actuaciones militares de gran escala, como pudo ser el caso de Peñaflor (1240).

 

    La presencia cristiana en el Guadalquivir Significó la aparición de una nueva frontera político-militar con el reino musulmán de Granada, regido por la dinastía nazarí, formándose así una banda o área fronteriza potencialmente conflictiva y expuesta a incursiones, algaradas y razzias de ambos bandos. Por esta razón, Fernando III había otorgado a la Orden Militar de San Juan del Hospital de Jerusalén, presente en toda la conquista del valle del Guadalquivir, buena parte de los territorios conquistados, constituyendo así la bailía de la Orden de San Juan (1241): Tocina, Alcolea, Lora Setefilla, Peñaflor y Almenara; la bailía, a su vez fue dividida en varias encomiendas. La finalidad de tal decisión no era otra que la guarda de la frontera  morisca desde las posesiones de la Orden. Para ello, la Orden de San Juan creó un sistema de defensa – con la erección de castillos y torreones de vigilancia – y de administración y repoblación del territorio que tuvo un gran impacto ambiental, pues supuso el origen de nuevos núcleos urbanos, el renacer de otros antiguos, el trazado de nuevas vías de comunicación…. e, incluso, el arranque de futuros santuarios marianos.

 

   Las fortificaciones tuvieron un papel relevante en la inestable situación que como frontera entre reinos vivió todo el valle del Guadalquivir, resultando evidenciadas, según las fuentes escritas, la conflictividad e inseguridad regional con continuas escaramuzas y razzias entre ambos bandos, como las incursiones en territorio ya cristiano de los meriníes del norte de África (1276- 1277) o de los nazaríes de Granada. Cada fortaleza controlaba un territorio, y todo el sistema defensivo controlaba las vías de comunicación y el espacio a proteger previo a las ciudades.

 

   Al hilo de lo que decimos, hay que referirse, aunque brevemente, a la presencia de la Orden de San Juan en Peñaflor ya que se atribuye a la misma la totalidad de la fábrica del castillo de Villadiego que ha llegado hasta nuestros días. Peñaflor se constituyó como una encomienda de la Orden dentro de la bailía de Lora del Río. Casi con toda seguridad, sería durante la encomienda, desde 1241 hasta 1300, cuando se construyó el actual torreón, a la par que otras fortalezas de la zona pertenecientes igualmente a la Orden, como es el caso del castillo de Setefilla.

 

   El castillo de Villadiego, pues, formaba parte de un complejo sistema defensivo. Exento en todo su contorno excepto en el que tiene adosada la ermita, constituye una atalaya o faro desde el cual se domina el paisaje circundante. Dese la torre existe un dominio visual que abarca un radio entre 5 y 30 km – desde Almenara hasta Carmona -, pudiéndose  divisar toda la llanura aluvial del río Guadalquivir, lo que permite ejercer un control espacial del territorio. Así, una torre – atalaya o vigía tal vez constituya el elemento más humilde de las fortificaciones medievales pero primordial para establecer un control visual. Su función básica, en zona próxima a la frontera, era la de posibilitar un sistema de alerta y comunicación que permitiera, ante eventuales ataques o razzias, una evacuación hacia zonas más seguras. Los mensajes se transmitían por medio de señales ópticas entre las torres (fuego, humo, espejos… en las almenas) por lo que debía exstir una cadena de conexiones visuales entre ellas. Otras veces estas torres se conocen como torres-almenara, cuando constan, a la vez, de una torre del homenaje para señales y de un recinto amurallado como cuerpo de guardia, que, aunque no sea el caso de Villadiego, sí explicaría uno de los topónimos más notorios de Peñaflor, Almenara.

   El torreón de la Ermita, como es característico de las torres-atalaya, está exento en el paisaje, es sobrio en su construcción, sin elementos decorativos y escasos elementos defensivos. Corresponde a una arquitectura popular y, si se quiere, rural, basada en la tradición. Las razones de urgencia militar y política, así como económicas, aconseja emplear mano de obra local y técnicas tradicionales, de clara raigambre mudéjar.

 

   Una descripción sintética del torreón permite reconocer una planta octogonal irregular de unos 5 m de lado, sin talud y un grosor de muro aproximado de 2 m. El sistema constructivo general utiliza materiales autóctonos y baratos (ladrillo, piedra), lo que lleva a la construcción de muros de sillarejo alternados con otros de mampostería irregular de piedra caliza del lugar, con rellenos de ripios, ladrillos y argamasa. La cimentación del edificio y las esquinas presentan, sin embargo, sillares romanos de piedra caliza reutilizados, como refuerzo para la estructura. Diversos hallazgos arqueológicos – sillares alineados, cerámica, mosaicos, restos de conducción de agua – han testimoniado la presencia romana en el solar del castillo, posiblemente una antigua villa o explotación agrícola. Es previsible que, si se realizasen futuras campañas arqueológicas en el lugar, revelarían la superposición de estructuras que han ocupado el recinto a lo largo de los siglos.

 

   El acceso al torreón se realiza desde una puerta con arco apuntado situada a nivel del suelo en el lado de poniente, sobre la puerta se distingue un arco de descarga formado por dovelas de piedra y, en la parte más elevada del muro, un balcón de matacanes con modillones de rollo de clara ascendencia hispanomusulmana, cuyo vano en la actualidad ha sido aprovechado para ubicar la campana del santuario, pero que en origen su finalidad sería la protección de la entrada al torreón.

 

   La torre se estructura en tres pisos, los dos primeros cubiertos por sus bóvedas originales y el tercero constituye la terraza. El primero de los pisos o bajo está cubierto con bóveda semiesférica de ladrillo encalado y el segundo con bóveda también esférica sobre pechinas; sobre estas estructuras se dispone la alcatifar o relleno para conseguir el nivel del piso superior y de la cubierta en forma de terraza. El tercero, que se conforma como una gran azotea almenada con rendijas o saeteras en cada uno de sus ocho lados, hizo las veces de una torre-atalaya o torre-vigía, cuya función ha sido descrita con anterioridad.

 

   Presenta la torre cuatro vanos en el piso inferior orientados a cada uno de los puntos cardinales, dos de ellos muy amplios, uno sirve de puerta de acceso y otro como ventana, abierta en época muy posterior a la construcción del torreón; los dos restantes lo constituyen dos altas y estrechas aspilleras que apenas dejan pasar la luz. Para iluminar el interior del piso superior, los cuatro huecos practicados en los muros tienen la misma orientación que los del piso bajo y están resueltos mediante unas rendijas o saeteras a modo de estrechas ventanas, cuya tenue luz hace que el piso permanezca en una vaporosa penumbra.

 

   El acceso a los distintos pisos se realiza mediante una escalera embebida en el muro. Las cajas de escalera se hallan embutidas en el flanco sur del muro de la torre.

 

   Anexa al torreón, se encuentra la capilla de la ermita de Villadiego. En el estado actual de nuestros conocimientos, es arriesgado datar de forma puntual el momento de su edificación, sin embargo, si examinamos la obra o fábrica de ambos espacios, parece probable que se hiciera tiempo después de la construcción del torreón. ¿Pudo ser durante el siglo XIV – período marcado ya por la pacificación del territorio – cuando el castillo, una vez perdida su relevancia militar, transforma su uso y experimenta una ampliación de su espacio con una capilla que haga las veces de ermita? Así, este recinto habría tenido la doble finalidad de control militar y territorial y religiosa, después.

 

   Definir, pues, a qué período cronológico concreto se adscribe la capilla, es una cuestión compleja. Se haría necesario plantear un enfoque atendiendo al contexto histórico en el que se encuentra, por una parte, y a los rasgos estilísticos del edificio, por otra. En cuanto a los datos propiamente históricos, existen referencias escritas sobre la primera vez que se reunió la Hermandad General de Andalucía, en 1319, que lo hizo en este lugar, lo que supone que en dicho año ya se conocía el lugar con el nombre de Villadiego, pero desconocemos si la reunión se celebró en el torreón o en la propia ermita, por lo que no constituye un dato totalmente fidedigno para que sirva de fecha ante quam, en relación con el momento de construcción de la Ermita.

 

   Una referencia histórica tal vez más significativa es que aparezca, en 1319, el nombre de Villadiego como topónimo, referido ya a un lugar concreto. Suponemos que podría explicarse por el hecho de que, desde mediados del siglo XIII, el torreón o castillo estaría habitado por caballeros de la Orden Militar de San Juan – conocidos también como Hospitalarios – oriundos de la localidad burgalesa de Villadiego, que en su afán reconquistador y repoblador habían llegado hasta las tierras del sur. Por ello, desde un principio, el lugar bien pudo conocerse como “el torreón de los de Villadiego”. Y así, con el paso del tiempo, cuando llega el siglo XIV, el nombre se mantiene y se reafirma como topónimo, en recuerdo de sus primeros moradores. Aunque las fuentes en que nos hemos basado para formular esta suposición puedan ser insuficientes, sin embargo la idea no deja de ser sugerente… Posteriormente, cuando surja la ermita y aparezca el culto mariano, éste tomará la advocación del nombre del lugar, esto es, Villadiego.

 

   Circunstancia más reveladora para datar la erección de la ermita pueden ser sus características arquitectónicas. El edificio denota mudejarismo en todas sus partes y elementos: utilización del ladrillo, armadura de madera (hoy perdida), arcos de herradura, arcos ojivales, empleo del alfiz en las ventanas de la capilla, utilización de trompas como sostén de la bóveda, planta basilical de tres naves, etc. Estos rasgos estilísticos, mucho más evolucionados y refinados que los del torreón – arquitectura tosca y rudimentaria la de éste, propia de las zonas rurales en los tiempos de la conquista (sigloXIII)-, junto con los datos históricos antes apuntados, nos llevan a pensar que la ermita pudiera ser erigida en algún momento del siglo XIV.

 

   Además, en el siglo XIV, aparecen por doquier una serie de ermitas, situadas en las afueras de las poblaciones, con una estructura muy simple: presbiterio o capilla mayor semejante a una qubba islámica, es decir, una planta cuadrada con bóveda de paños de superficie lisa sostenida por trompas, que se amplía con un cuerpo de tres naves.

 

   La ermita de Villadiego responde precisamente al modelo anterior. El templo consta de tres naves separadas por pilares rectangulares sobre los que apean arcos de medio punto, siendo de mayor altura y anchura la nave central que las laterales, con capilla mayor independiente y adosada al torreón, lo que crea un interior espacioso de planta basilical.

 

   Las tres naves presentan cabeceras bien diferenciadas. La central esta rematada por la espléndida capilla mayor, diferenciada del resto del templo tras el gran arco toral de ladrillo de forma apuntada, de amplísima luz. La capilla mayor o presbiterio, de planta cuadrada, se cubre con bóveda de ocho paños encalada sostenida por cuatro decorativas trompas de ladrillo visto formadas por arcos de herradura. La clave de la bóveda está constituida por una cruz de la Orden Militar de San Juan. Se ilumina por medio de cuatro estrechas ventanas con arcos de herradura apuntados inscritos en un alfiz y una gran ventana con arco apuntado de ladrillo visto abierta en el flanco norte. Frente a ésta, un arco gemelo al anterior permite el paso a la sacristía. El testero de la capilla está ocupado por el retablo neogótico del altar de la Virgen de Villadiego, a cuyos lados se abren sendas puertas que sirven de acceso al torreón.

 

   Para finalizar el análisis formal del recinto, también las naves laterales terminan cada una de ellas en un testero plano, y en ambos se abren en el muro sendos arcosolios – esto es, empotrados en la pared – de ladrillo visto de forma ojival o apuntada, a modo de imperceptibles capillas.

 

   Como acabamos de ver, Peñaflor aún conserva un excelente muestra de mudejarismo en el recinto de la ermita de Villadiego. Peñaflor tiene en el torreón medieval de su ermita una de sus más claras señas de identidad, a la vez que uno de sus recursos patrimoniales más emblemáticos y un protagonista ineludible de su paisaje. El poder de atracción que tiene como imagen típica, y no exenta de tópicos, debe servir para que los ciudadanos se aproximen a su Patrimonio de forma activa, es decir, asumiendo que la protección y conservación de esta rica herencia no es sólo tarea de especialistas sino que compete a la sociedad en general.

 

   El castillo de la Ermita, junto con otros que siembran la geografía de nuestro término municipal – Almenara, Toledillo, el propio de Peñaflor-, es la herencia material de nuestro pasado y memoria fiel y objetiva de nuestra historia; con frecuencia, los castillos, nuestros castillos, son elementos paisajísticos que se convierten en referencia de un determinado lugar e incluso en divisa o bandera que identifica a los pueblos. Son una parte importante de nuestro patrimonio histórico, un tesoro de cuya protección es responsable el colectivo humano que lo recibe como herencia cultural.

 

 

 

Pedro L. Meléndez González

 

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