Proceso histórico

 

La calidad y cantidad de restos arqueológicos procedentes de Peñaflor y las estructuras antiguas que aún son visibles, atestiguan, que éste fue el solar de la ciudad romana de Celti. Era el primer oppidum bajo la juristidicción de Hispalis, según se baja el Baetis. El Itinerarium menciona esta estación en la calzada romana de Hispalis a Emerita, a veintisiete millas de Astigi (Écija).

 

Las medallas de Celti son raras. Presenta cuatro variantes, que muestran una cabeza imberbe con un casco o una cabeza de mujer coronada con espigas de trigo y, en el reverso, un jabalí salvaje sobre un venablo de hierro, con la leyenda Celtitan o Celsitan. El nombre de Celti parece indicar que probablemente esta ciudad estuvo habitada por los celtici de la cercana sierra. El nombre ibérico primitivo nos es desconocido. Se ha sugerido el de Chilasur, que aparece en una inscripción de Alcalá del Río.

 

Las excavaciones de urgencia realizadas desde 1979 demuestran que el poblamiento es muy anterior, remontándose hasta el siglo VIII antes de Cristo, en el periodo denominado Bronce Final. Posteriormente, durante los periodos orientalizantes o Tartésico e Ibérico Turdetano, la ciudad fue cobrando importancia hasta época romana.

 

 

En el Museo Arqueológico de Barcelona se encuentra un magnífico ejemplar de león ibérico procedente de Peñaflor. Su descubrimiento fue un hecho casual por un agricultor que realizaba tareas agrícolas en las cercanías del pueblo entre los años 1842 y 1846. Por el carácter funerario que tienen los leones en la cultura ibérica y por su cronología, época turdetana tardía bajo dominación romana (siglo II-I a.C.) sería posible ubicar su aparición en alguno de los cementerios que rodeaban a la ciudad de Celti.

 

La época de mayor esplendor dentro del periodo romano corresponde con los siglos I y II después de Cristo y se debe fundamentalmente a la importancia de su ubicación a orillas del Guadalquivir, principal vía de comunicación y comercialización de la Bética en época romana. Así, de su importante puerto fluvial son visibles los restos de “El Higuerón”, una muy notable estructura prerromana. Está construido con grandes bloques de piedra sin huellas de cantería, que miden aproximadamente tres metros de largo, uno de ancho y uno de grueso. Este imponente dique ciclópeo, reforzado por varios contrafuertes rectangulares, es una prueba irrefutable de la existencia de la ciudad bastante antes de la conquista romana. El núcleo urbano se extendía por los lugares conocidos como La Viña, Pared Blanca y Calvario.

 

George E. Bonsor relata en su expedición arqueológica a lo largo del Guadalquivir, algunos hallazgos “Cerca del cementerio de Peñaflor – Cortinal de las Cruces- se halló la tumba de una familia romana, de forma semejante a las de las necrópolis de Carmona, pero construida en una única pieza de mampostería. La cámara funeraria tenía cinco nichos para urnas y cuatro más en el pasillo que da a la entrada. En la calle San Pedro vimos un mosaico en el brocal de un pozo, que representaba peces”.

 

“Celti se aprovisionaba de agua por medio de un acueducto, cuyas huellas se siguen fácilmente a través del campo, en dirección a las llamadas Fuentes de Almenara, tres kilómetros y medio al norte de Peñaflor, donde se pueden ver las ruinas de una estructura que rodeaba o cubría el lugar exacto por donde brotaba el agua... Cerca de la ciudad, el canal se alzaba sobre arcos, formando un verdadero acueducto, hoy destruido”.

Restos de acueducto
Restos de acueducto

Las excavaciones realizadas en La Viña desde 1989 revelaron la existencia de la parte sur de una gran edificio público que se construyó a principios del siglo I d.C. Este edificio ha sido identificado tentativamente como el posible foro de la Celti romana. Hacia los finales del siglo I y los principios del siglo II d.C. el foro perdió su funcionalidad original. En un momento inmediatamente posterior, la antigua plaza del foro fue ocupada por una casa grande de tipo privado. Resulta sumamente interesante, pues, que hacia los principios del siglo II d. C., las necesidades de Celti fueron tales que se desamortizó el centro político/comercial de la ciudad. Quizás lo desplazaron hacia otro sitio dentro de la ciudad por razones que se desconocen. Según los datos que disponemos parece que abandonaron la casa en un momento impreciso durante el siglo IV d.C. Coincidiendo con el comienzo del abandono de la mayor parte del sitio.

 

Los restos arqueológicos de esta época son numerosos y repartidos por toda la villa y su término. Muchos de estos restos se encuentran en el Museo Arqueológico de Sevilla, otros en el atrio de la Ermita de Nuestra Señora de Villadiego. En una de las esquinas de la Casa de la Cultura se encuentra un cipo. Basa y columnas en los cuatro ángulos exteriores de la Iglesia Parroquial. En el cruce de la calle Blancaflor con la calle Nueva, se encuentra un gran capital de orden corintio.

 

Todos estos restos arqueológicos nos muestran la importancia que tuvo la antigua Celti en época romana, importancia que se mantuvo durante la etapa visigoda (s. V a VII).

 

Tras la llegada de los musulmanes (s. VIII) Peñaflor inicia un periodo en el que se pierde parte de su esplendor y que se prolongará durante buena parte de la Edad Media. Por una parte se abandona el antiguo emplazamiento de la ciudad que tanta importancia había tenido en la edad antigua y se inicia el asentamiento humana en el lugar nuevo, junto al castillo, en la Morería, con la posibilidad de que la Mezquita estuviera instalada donde hoy se sitúa la Iglesia Parroquial, que será ya el emplazamiento de la ciudad hasta nuestros días.

 

No es hasta los siglos XI y XII cuando aparecen de nuevo noticias sobre Peñaflor, lugar de nacimiento de Avenzoar, en el años 1070. Su nombre áraba era Abu Mernan Abd El Malecki Ben Abd Ben Zar. Fue médico, filósofo y poeta. Pasma su intuición, su visión, profética casi, en muchos problemas médicos. En pleno siglo XI, época tremendamente oscurantista y mágica, tenía ideas atinadísimas sobre anatomía, fisiología, patología... Escribió un libro, tratado de medicina y dietética “El teisir” magnífico en aquella época. Se tradujo y comentó profusamente. Murió en Sevilla en el año 1163.

 

Del emirato de los Omeyas (s. VIII y X) se conservan restos del castillo del Toledillo, posición de resistencia en tiempo de los musulmanes llamada Melbal. Fortaleza que conocemos por la descripción geográfica de nuestra península realizada en Sicilia durante el siglo XII por Muhamand al-Idrisi.

Restos del Castillo de Toledillo
Restos del Castillo de Toledillo

Del castillo de Peñaflor, mencionado en tiempos de la conquista cristiana como Castillo de Anaflor, se conservan algunos lienzos de murallas de la época almohade (s. XIII), lo que da idea de que ya el lugar comienza a recuperar la importancia que había perdido en los primeros siglos de la Edad Media.

 

Tras la época musulmana, Peñaflor pasó a formar parte del reino de Castilla en el momento en que los almohades pierden el valle del Guadalquivir (s. XIII). Entre la conquista de Córdoba (1236) y la de Sevilla (1248) por las tropas castellanas de Fernando III a los almohades, se consumó la ocupación de la zona de Peñaflor (1240). Esta zona fue un punto importante, ya que estaba situada en la ruta que unía las dos ciudades.

 

En el reparto de las tierras del Reino de Sevilla, las tierras de Peñaflor se la adjudicaron a la Orden Militar de San Juan, pues había participado en la conquista del Valle del Guadalquivir. Correspondiéndole la vigilancia y conservación de estos territorios a dicha Orden, que fue la que construyó el torreón o atalaya de Villadiego para poder vigilar y controlar esta zona. Por el material utilizado en el torreón y por su sistema constructivo, éste podría encuadrarse dentro de la arquitectura mudéjar y en siglos posteriores los cristianos construyeron la actual ermita.

 

Para terminar lo que significó Peñaflor durante la Edad Media solamente queda añadir que al final de dicha etapa se construiría la iglesia mudéjar (s. XIV), que ocupaba el solar de la actual iglesia de San Pedro, de la que no conocemos noticias de su construcción pero si de su perímetro y estructura.

 

Los datos que a continuación se exponen ofrecen una visión de la evolución histórica de la villa y castillo de Almenara, lugar tan importante y entrañable para Peñaflor.

 

La jurisdicción del lugar ha estado vinculada a la familia Portocarrero durante más de cuatro siglos. Esta familia era de origen asturiano y consiguió su primer asentamiento señorial en la conquista cristiana de las tierras del futuro reino de Portugal durante el siglo XII. Más tarde, una de las ramas de la familia consigue el señorío de Moguer y algo más tarde el condado de Palma del Río. Por ese motivo, en 1444 se produce un intercambio de jurisdicciones por pactos nobiliarios, por el que pierden el señorío de Moguer pero reciben a cambio otras jurisdicciones, entre ellas Almenara y Peñaflor.

 

A finales del siglo XV los Marqueses de Palma, don Luis Portocarrero y doña Francisca Manrique construyen el convento de San Luis del Monte, en promesa hecha por la salvación de su hijo, contagiado por la epidemia de peste que hubo en Palma en 1494. Fue edificado por la Orden de San Francisco, a la devoción de San Luis Obispo de Tolosa.

 

En 1752 Almenara sigue vinculada a la familia Portocarrero según los datos aportados por el Catastro del Marqués de Ensenada. Almenara era una villa de señorío que pertenecía al “Excelentísimo y eminentísimo D. Frey Joachín María Fernández de Portocarrero, Cardenal de la Santa Iglesia de Roma, Conde de Palma y Marqués de la Villa”.

 

Se nos hace difícil imaginar a Almenara como un lugar con jurisdicción propia, desde el punto de vista actual. Un lugar de señorío, sin habitantes, o al menos no se reflejan en el catastro, y que a mediados del siglo XVIII no tiene una definición clara de su situación debido a la pérdida paulatina de la función militar que le concedió el rango de villa.

 

Para comprender esta situación tendríamos que tener en cuenta la importancia estratégica del castillo en unos momentos, no solo de enfrentamiento con los musulmanes, especialmente durante el siglo XIII en el valle del Guadalquivir, sino también de lucha entre bandos nobiliarios, principalmente en los siglos XIV y XV. Esa importancia haría de Almenara un lugar cuyo dominio podría proporcionar un control más segura de la zona, y esa jurisdicción la mantendría la familia Portocarrero aún cuando esa función ya no resultaba adecuada a los nuevos tiempos desde el siglo XVI.

 

Cuando en los años finales de la década 1830-1840 desapareció legalmente la Mesta y se desvincularon los patrimonios nobiliarios, Almenara se vendería conviertiéndose en una de las muchas dehesas latifundistas de la Andalucía decimonónica.

 

Hay noticias de la calle Nueva desde mediados del siglo XVII, viene en un libro de reglas de la Hermandad, lo que quiere decir que su apertura es anterior. Debemos pensar que pudo no haber sido una apertura de la calle, sino una ocupación de terrenos del común. Es decir, que las manzanas entre la calle Nueva y la calle Largo ocupan un espacio que debió pertenecer al comino de Sevilla a Córdoba y que, dada su extremada anchura desde la calle El Pozo hasta la plaza de la iglesia -la iglesia antigua-, se loteó estando en una situación urbana predominante y se ocupó por edificaciones, constituyendo dos nuevas manzanas. Esto puede explicar el desfase existente entre la calle Blancaflor que baja y el tramo de calle entre la esquina de la calle Nueva y la de la calle Largo, además de no coincidir con la embocadura de la calle Arenilla.

 

Durante el siglo XVIII Peñaflor sigue las mismas pautas que se dan a nivel general en España, es decir, conoce un periodo de apogeo tanto económico como demográfico. Parece ser que la única fuente de riqueza de Peñaflor en el siglo XVIII era la agricultura, según se deduce de los datos suministrados por el Catastro del Marqués de la Ensenada. La agricultura en este siglo conoce un periodo de auge, sobre todo en Andalucía, motivado en gran parte por el interés que en ella tiene la propia Corona española y los ministros ilustrados de la época. En este sentido Peñaflor también aprovecharía esta positiva coyuntura agrícola, como se refleja perfectamente en el citado catastro. En estos momentos decir que la agricultura estaba en auge era equivalente a decir que la economía también la estaba, sobre todo en un pueblo exclusivamente agrícola como el que nos ocupa.

 

También se va a dar en Peñaflor en el siglo XVIII un auge demográfico sostenido, que va a mantenerse durante las dos centurias siguientes. Las noticias que nos aporta el Catastro del Marqués de la Ensenada son muy elocuentes, pues nos da un total de 1116 vecinos a mediados del siglo XVIII, cifra notable para dicha época.

 

Este renacimiento económico y demográfico se va a traducir lógicamente en un auge de construcciones de edificios en Peñaflor durante la segunda mitad del XVIII, y que se conservan en la actualidad. Sin lugar a dudas, el siglo XVIII es, juntamente con la época romana, el momento más brillante de toda la historia de Peñaflor. En este siglo se levantan todos los edificios importantes de Peñaflor: la Iglesia de San Pedro Apóstol, el Convento de San Luis del Monte, la Ermita de Nuestra Señora de la Encarnación, la antigua Casa Ayuntamiento, hoy Casa de la Cultura, la Casa Palacio donde estuvo anteriormente el cuartel de la Guardia Civil y la ermita de los Santos Mártires.

 

La Iglesia de San Pedro Apóstol fue construida sobre el solar de una antigua iglesia mudéjar, fue comenzada en 1780 por el arquitecto Antonio Matías de Figueroa y continuada por Antonio Caballero. En 1794 se encargó de las obras José Echamorro, que finalizó la iglesia y la torre en 1801.

 

La capilla del Convento de San Luis del Monte se construyó alrededor de 1766, pues en dicho año se pagó por el Marqués de Peñaflor el retablo mayor. Dicho convento se construyó por la Orden Tercera de los Franciscanos que, como se ha visto anteriormente, estaba asentada desde 1494 en un edificio a 6 kilómetros de Peñaflor construido por los Marqueses de Palma. Por motivos de distancia y por la devoción y cariño que sentían los Marqueses de Peñaflor y los mismos vecinos de la villa, pensaron en su traslado al pueblo. El día 4 de noviembre de 1731, en el capítulo de la Orden de San Diego de Cazalla de la Sierra, se dio la licencia por parte de la Orden para el traslado. Para la construcción del nuevo convento la parroquia cedió la Ermita de Nuestro Padre Jesús, la villa el hospicio para transeúntes que estaba junto a la ermita, y el Marqués unas propiedades colindantes a éstas.

 

La Ermita de la Encarnación es un elemento urbano que viene a responder a ciertas preexistencias, tanto constructivas como a unos ejes territoriales marcados por la antigua Celti, según la hipótesis del arquitecto José Antonio Fernández Naranjo “se presenta con una extraña orientación, se separa de las alineaciones marcadas por la trama urbana actual... la aparición de unas estructuras urbanas, en las excavaciones arqueológicas que muestran unas alineaciones de calles que coinciden en gran medida con la que rige la implantación de la ermita”.

 

En 1778 cuando se decide hacer la nueva iglesia de San Pedro, se pasan las labores parroquiales a la Ermita de la Encarnación. En esta fecha se acomete su reparación y adaptación tanto al uso de parroquia provisional, como al gusto de la época, el barroco. Se le dota de una cúpula sobre pechinas en el presbiterio y de retablo barroco. La alargada nave se fragmenta con un ritmo de pilastras acanaladas y una bóveda de medio cañón con lunetos. Once años después entra en estado de ruina. La bóveda aumenta los empujes laterales y en una nave tan larga sin atados intermedios, produce un cierto vuelco de los muros, lo que provocaría la apertura de la bóveda y la ruina de la cubierta. Los contrafuertes deben de ser de este momento. El abandono posterior llegó a producir un estado de verdadera ruina generalizada, lo que justifica el término de “reedificación” utilizado para hacer mención ala intervención de 1857. Las operaciones de esta intervención irán encaminadas a recobrar no solo el uso para el edificio, sino la devoción y las costumbres que tienen como lugar de reunión en romería el compás de la ermita.

La ermita de la Encarnación es un elemento urbano que, ya sea por su situación, ya sea por la propia edificación, es un auténtico testigo de excepción que ha visto como la antigua Celti es abandonada y, cruzando el arroyo de las Moreras, se convierte en Peñaflor.

 

La ermita de los Santos Mártires está construida sobre un mausoleo romano de los siglos I-II d.C. Existe una tradición que asocia las vidas y muertes de Restituto y Críspulo -tío y sobrino, presbítero y diácono, respectivamente- a la historia de Peñaflor. Narra dicha tradición que los santos varones recibieron el martirio de manos de los musulmanes en la cueva de la calle Blancaflor donde después se erigiría, en el siglo XVIII, la ermita dedicada a su memoria.

 

Vemos pues como Peñaflor durante la segunda mitad del siglo XVIII ha experimentado un crecimiento demográfico y económico importante y que, como muestra esa vitalidad, se ha dotado de lo más significativo de su paisaje urbano y artístico. Pero además existen solicitudes para construir casas en el ejido y en otros lugares. Como ejemplo nos puede servir este acuerdo del Concejo de diez de Enero de 1796: “... se acordó de conformidad construir una hasera de casas frente a la que oy está construida en aquel parage hasiendo una calle que se nominar en la venidero de las Cruces con el hancho de siete varas que sus puertas caigan frontero a las que ay oy herigidas y que cada casa de la nueva hasera tenga doce varas de fachada y doce de fondo... se comisiono al maestro mayor Francisco Castillo de la obra de albañilería que se esta haciendo en la Parroquia... componiéndose dicha hasera de 12 solares”. Se sortean los solares desde “la parte que da vista a el camino de la Puebla o entrada en esta nueva calle por la de Blancaflor y siendo las del número 12 que es la ultima la que da la cruz del Cavo”.

 

Durante la Guerra de la Independencia hay noticias del año 1809 que demuestran claramente la influencia del aspecto militar del conflicto al referirse a lo “intransitable de las calles... por hallarse totalmente desempedradas a causa del continuo transito de tropas de caballería, uso de carretas de los vecinos labradores y arriería conduciendo víveres y perterechos de guerra al exercito y algunos sitios...” En el año 1810 Peñaflor pasa a dominio francés. En octubre hay una referencia que expone el estado deplorable de las casas capitulares “desde el tiempo de la dominación francesa... porque habiendo quedado sumamente deteriorado con el miserable trato que hicieron los franceses y sus guarniciones”.

 

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